Morelia, Michoacán/Por Asaid Castro / ACG
Aunque aún se maquilla, los niños lo reconocen y se acercan a saludarlo: «¡Hola, Chocolatín! ¿Ya vas a salir?», dice un pequeño. «Hola, campeón, nomás que dejen de bailar y me toca salir», responde con alegría Chocolatin.
Entre el olor a pan de muerto, los colores del barro y el murmullo de los visitantes, aparece una voz conocida: “¡Mi rey, mi reina, mi campeón!”. Detrás del maquillaje fosforescente y el corte de pelo tipo moicano en color rosa, está Pedro Castillo, mejor conocido en la tenencia moreliana de Capula como Chocolatín, un payaso que desde hace quince años forma parte del alma de la feria.
Con 32 años de trayectoria, su maquillaje combina sonrisa discreta, labios pronunciados, tonos fosforescentes y besos pintados, destacando entre las figuras de catrinas que inundan Capula.
El comodín de la feria
Su historia con la Feria de la Catrina comenzó casi por accidente. «La primera vez que vine no me dejaban trabajar. Hasta que uno del comité me dijo: ‘¿Qué te parece si nos echas una mano en el escenario?’. Desde entonces no he faltado un solo año», recuerda mientras prepara sus brochas.
Chocolatín es el comodín del evento: si un grupo se retrasa o falla, él toma el escenario, improvisa magia y mantiene vivo el espíritu de la feria. «Soy la emergencia de la feria», bromea.
Su humor es para todos: niños, padres, abuelos y turistas. Evita el doble sentido y saca carcajadas de lo cotidiano: berrinches, regaños y enojos, con diálogo en lugar de chistes. «Hago lo que vivimos todos los días, y la gente se ríe de eso, del niño que no hace caso, o del señor que no entiende a la esposa», dice.
Besos en el maquillaje
Entre función y función, saluda a los niños y recuerda a quienes ahora son adultos y vuelven con sus hijos. Los besos pintados en su maquillaje son los agradecimientos de los más pequeños, según lo que nos cuenta.
Su hija, maestra de niños con capacidades diferentes, le ha enseñado técnicas para tratar con niños con miedo, a hablarles con respeto, «Si veo que tienen miedo, de lejos los saludo, ya cuando los maquillo o platico, se les quita el miedo», explica.
«Les digo, ‘mi rey’, ‘mi reina’, ‘mi campeón’. Hay que hablarles con respeto, con cariño, porque es lo que los niños se creen desde pequeños. Hay payasos que critican si están feos, bonitos, altos o chaparros, yo no. Hay que tratarlos con el respeto que se merecen» apunta chocolatin.
De adolescente a payaso, de payaso a Chocolatín
Pedro Castillo tiene 46 años. Comenzó a ser payaso cuando apenas era un adolescente, y su primer maquillaje no fue alegre, sino el de un vagabundo, con tonos grises y negros, nos cuenta mientras mezcla sus pinturas.
Ha trabajado en plazas, calles, ferias y teatros, y sabe que su oficio ha cambiado pues “Antes el albur era bonito, era un juego entre adultos. Ahora es vulgaridad. Y muchos payasos prefieren eso, porque vende”, lamenta, asegurando que su oficio está en extinción.
Mientras acomoda su utilería para comenzar el show, asegura que ha aprendido a incorporar la música y los personajes que los niños ven en internet, pero los adapta a su manera, «les pongo sus canciones, pero también los meto al mundo de los niños que todavía creo que existe».
Cuando le toca entrar al escenario, su voz envuelve el aire de Capula, padres, hijos y abuelos se acercan, pues Chocolatín está a punto de comenzar su show, tan tradicional como la misma fiesta.