Mirador ambiental

La carrera de la tortuga y la liebre es la metáfora que representa la carrera entre deterioro ambiental y políticas globales para atenderlo. Esto se ha confirmado en la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas y sobre el Cambio Climático (CMNUCC), realizado en Belém, Brasil, entre el 10 y el 21 de noviembre. A la edición 30 de esta conferencia asistieron representantes de 197 naciones y la Unión Europea.

Estados Unidos no asistió porque su gobierno no cree en el cambio climático, lo cree una estafa, y promueve “como nunca” el uso de combustibles fósiles y se retiró en enero de este año del Acuerdo de París. La conferencia tuvo como propósitos, entre otros, impulsar el financiamiento para atender el cambio climático y acelerar la transición hacia la descarbonización, que supone el abandono de las energías fósiles.

El escaso logro de la conferencia, derivado de la limitada voluntad de las naciones concurrentes para darle al planeta una oportunidad para la sobrevivencia, deja en claro que el poder de los países petroleros, con economías petrolizadas, han pesado mucho más que la opinión de aquellas que vienen advirtiendo de los riesgos planetarios por el calentamiento global.

El Acuerdo de París del 2015, jurídicamente vinculante, es decir, que las 195 naciones firmantes los tienen que aplicar sí o sí, advierte en sus considerandos sobre los elevados riesgos de que la temperatura global se incremente a 1.5° Celsius.

Las predicciones científicas, sin embargo, han sido superadas por la realidad, ya que en 2024 se alcanzó de manera temprana esa temperatura. Al final de cuentas, el Acuerdo de París se ha quedado corto porque las naciones no han cumplido con los compromisos adquiridos. A partir de la COP 21, en la que se firmó el Acuerdo de París, se han realizado hasta la fecha 9 COP en las que se ha intentado acordar hojas de ruta para dejar a un lado los combustibles fósiles, asociados con el calentamiento global y el cambio climático.

La COP que estuvo más cerca de frenar el uso de combustibles fósiles fue la 28, realizada en Dubai, en la que se planteó el principio del fin de dichos combustibles y la urgencia de una hoja de ruta para reducirlos progresivamente, pero otra vez la dinámica de las economías petrolizadas terminó acortando los alcances de esa conferencia.

No obstante que la COP 30, realizada en Belém, en la Amazonía Brasileña, ha tenido como contexto la noticia infausta de que el año pasado el planeta alcanzó 1.5° Celsius de incremento, la voluntad de las naciones no alcanzó para acordar y poner en marcha esa hoja de ruta imprescindible para detener el calentamiento del planeta. Las dos palabras que mejor caracterizan la posición que ha dominado entre las naciones asistentes a las COP son estancamiento y posposición.

Este posicionamiento convierte a la COP en una entidad descafeinada y sin la energía y decisión que el estado del planeta requiere para restablecer mejores condiciones ambientales para la sobrevivencia del homo sapiens.

La COP 30 ha reflejado el estado del mundo actual en donde la oportunidad de acuerdos queda opacada por la beligerancia de los nacionalismos, el aislacionismo, los emergentes liderazgos internacionales y la incapacidad de los gobiernos para replantearse los motores de sus economías; refleja también una escasa sensibilidad y previsión a raíz de la descalificación de la crisis climática, que banaliza este creciente fenómeno, que afecta a las poblaciones con desplazamientos, muerte, enfermedades, sequías, golpes de calor, deshielo de glaciares, emigración y pérdida económica.

Los acuerdos de estas conferencias, hasta ahora, solo han podido construir políticas limitadas, empeñadas en extender los tiempos de uso de los combustibles fósiles y buscando posponer, también por razones económicas, la urgencia de conservar y restaurar los ecosistemas y revertir y detener la deforestación.

Varios acuerdos ahí signados en materia climática estarán sujetos a la acción voluntaria de los participantes y no a la obligación jurídica como fue el espíritu del Acuerdo de París. Esta circunstancia limita el impacto real en la corrección de la ruta adversa del calentamiento global.

Casi deja intacta la dinámica de erosión ecológica que han seguido los agentes productivos globales y que ya hizo posible que en el 2024 llegáramos al umbral del 1.5° de crecimiento de la temperatura planetaria.

La hipótesis del límite final, esa que supone que los gobiernos del mundo y los poderes económicos prefieren llegar al límite existencial del planeta antes que ver disminuidas sus riquezas que obtienen de su interacción con la naturaleza, parece que cobra sentido cuando atestiguamos que dejan perder una y otra vez la oportunidad para la corrección.

La velocidad de la liebre significa la rapidez con que avanza el cambio climático, la lentitud de la tortuga está representada en la respuesta de los gobiernos del mundo a esta crisis. Y sí, la liebre va ganando, y llegará pronto al límite final.

*El autor es experto en temas de Medio Ambiente, analista político, e integrante del Consejo Estatal de Ecología