Frankenstein es un violento, filosófico y poético capítulo en la obra de Guillermo del Toro, en su búsqueda por explicarse a sí mismo y explicarnos a todos

Jaime Vázquez, colaborador La Voz de Michoacán

El 28 de diciembre de 1895 los hermanos Lumière presentaron sus novedosas creaciones cinematográficas en el parisino Salón Indio del Gran Café del Boulevard. Después de que el mundo científico experimentó con el taumatropo, la cámara oscura, el fusil fotográfico, la fotografía y otros inventos decimonónicos en la búsqueda de atrapar la imagen, el cine hizo un relevante acto de presencia.

Nueve décadas antes, en 1815, hizo erupción el volcán Tambora en la isla Sumbawa, en el archipiélago indonesio. Derivado de este acontecimiento, en 1816 se vivió el “año sin verano”, un “invierno volcánico” en el hemisferio norte.

Ese año de frío extremo, Lord Byron invitó a sus amigos Percy Shelley y su esposa Mary, al médico John Polidori, a la Villa Diodatti, en Suiza. Los animó a escribir, cada uno, un relato de terror. Polidori comenzó la obra Ernestus Berchtold o el moderno Edipo, que concluyó tiempo después.

Mary Shelley tenía 19 años cuando trazó los primeros apuntes para Frankenstein o el moderno Prometeo.

Mary Shelley hacía eco a su momento histórico: los “experimentos galvánicos” del médico italiano Luigi Galvani que advertían en la electricidad una fuente de vida para los seres humanos.

En 1931, el cine y la novela de Mary Shelley se encontraron por fin y dieron por resultado Frankenstein, el hombre que hizo al monstruo, de James Whale, con Boris Karloff en el rol que definió su vida actoral.

Desde entonces, una corriente eléctrica profunda y tenebrosa como los experimentos galvánicos surca las pantallas de cine del mundo. El público asiste a las salas cinematográficas para ver las diversas versiones que los tiempos han dado a esta fábula de horror gótico: Víctor Frankenstein, el científico que desafía al creador y se convierte en ese moderno Prometeo que roba el fuego de la vida a los dioses para entregárselo a la humanidad.

El horrendo huésped, la criatura o el engendro demoniaco, como lo describe Shelley en su libro, como lo llama Víctor Frankenstein, se nos apareció en el mundo del cine. En la industria nacional se asomó como miembro del exclusivo sindicato de monstruos, botargas y seres espaciales que esparcían el miedo en las películas de El Santo o en la autóctona fantaciencia que nos hizo reír o temblar.

Guillermo del Toro contó que cuando muy joven vio la película de James Whale, a Boris Karloff transformado, cambió su vida: “en el momento en el que descubrí a la criatura descubrí a mi alma gemela”. Llevar la historia al cine se convirtió en uno de los proyectos de su vida.

Este octubre, muy cerca del Halloween, de nuestros días de muertos, la versión de Frankenstein de Guillermo del Toro llega a las pantallas.

El guatemalteco Óscar Isaac interpreta a Víctor Frankenstein y Jacob Elordi es la criatura, en una confrontación entre el científico arrogante que desafía a la naturaleza y a la divinidad, y el ser creado que quiere entender su propia existencia, se origen y destino. Entre el “ser superior” y su creación, dos fuerzas que aspiran a explicarse la razón de la vida.

Fiel a su búsqueda personal, Guillermo del Toro apunta el perfil del personaje en el libro En casa con mis monstruos: “…una criatura lanzada a un mundo que no conoce ni entiende; un ser incomprendido y solitario que necesita compañía y estima, ser adoptado por los otros y que sufre por ser constantemente rechazado”.

Frankenstein es un violento, filosófico y poético capítulo en la obra de Guillermo del Toro, en su búsqueda por explicarse a sí mismo y explicarnos a todos. Porque, como lo dijo en cierta ocasión: “Los monstruos hace muchos años, cuando crecía como niño católico en Guadalajara, me perdonaron todos mis pecados y me permitieron ser imperfecto”.

Frankenstein es un monstruo que nació en la imaginación de una joven que se puso a escribir en una casa en Suiza en la madrugada del siglo XIX, poco después de que un volcán hiciera erupción y su fuego provocara una bruma helada en el norte del planeta. Prometeo trajo el fuego a los hombres. Guillermo del Toro lo abrazó de niño y lo convirtió en reflexión, porque “el monstruo no es malo, la maldad humana es infinitamente más temible”.

Mary Shelley, con su novela, nos llenó de preguntas que el cine descifra, profundiza o convierte en metáforas.

 Jaime Vázquez, promotor cultural por más de 40 años. Estudió Filosofía en la UNAM. Fue docente en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha publicado cuento, crónica, reportaje, entrevista y crítica. Colaborador del sitio digital zonaoctaviopaz.

@vazquezgjaime