Este año, 102 obras se postularon en las categorías de narrativa, poesía, ensayo y crónica, superando en más del 25 por ciento la participación del año anterior
Yazmin Espinoza
Entre palabras que duelen, historias que sanan y versos que resisten, se celebró la premiación de la tercera edición de Palabras de Colibrí, un certamen literario que ha ido ganando terreno como una plataforma vital para que nuevas voces en Michoacán encuentren eco. Este año, 102 obras se postularon en las categorías de narrativa, poesía, ensayo y crónica, superando en más del 25 por ciento la participación del año anterior. Pero más allá de las cifras, lo que se vivió en la ceremonia fue la afirmación de que la escritura todavía tiene el poder de nombrar lo que muchas veces se calla.
El evento sirvió como espacio de reconocimiento para quienes, en medio de ocupaciones, incertidumbres y silencios, eligieron sentarse a escribir. Entre los galardonados, destacó Adrián Ortega Iturriaga, ganador en narrativa con Piñata, un libro compuesto por cuatro cuentos que, como él mismo explicó, “hablan de las violencias que se sufren en la infancia y la juventud”. En sus palabras, “hemos visto en el país muchas situaciones desafortunadas con infancias en situaciones críticas y creo que vale la pena voltear a ver a esos grupos que no pueden alzar la voz”.
Ortega habló con sinceridad sobre lo que implica ver ese manuscrito, que empezó como un proyecto íntimo, convertido en libro: “Creo que desde niño tenía este deseo de ver mis historias en bibliotecas, en librerías. Gracias a esta convocatoria, eso ocurre”. También hizo un llamado a pensar en quienes participaron sin ser seleccionados: “Hay muchos otros que seguramente también tienen obras muy valiosas, y ojalá algún día lleguen a convertirse en libros. Esta es una oportunidad que se multiplica, porque lo que se escribe se queda”.
En poesía, la ganadora fue Nora Isis Olaya Escobedo, con el poemario La muerte de un ciervo de ciudad. Un texto escrito, como dijo en su intervención, “no en un acto de creación, sino de resistencia”. Su obra nació en un momento de ruptura personal, donde la escritura fue una forma de reconciliación con una parte de sí misma que siempre se sintió ajena.
“Este reconocimiento también es para todas las personas que sienten que no encajan, que han llorado en Chavarro, que han amado sin ser vistas, que han buscado refugio en lugares donde quedarse no duele tanto”.
En la categoría de ensayo, el reconocimiento fue para Cuadernos universitarios, de Fredy Israel Villanueva Martínez. Su texto, presentado bajo el seudónimo Papel Rojo, fue destacado por su capacidad de dialogar con obras clásicas y contemporáneas desde un lugar íntimo, crítico y elegante. Una pieza que, en palabras del jurado, se mueve con soltura entre lo personal y lo académico, sin perder el filo ni la calidez.
“A mis amigos les gusta cómo escribo y con eso he obtenido al público más difícil. Soy a partir de mis padres y por ellos, porque decidieron libremente y entre esas elecciones siempre agradeceré que la educación formara parte de sus pilares. Yo no sería nada sin mis libros, sin algunas palabras y mis padres, porque si mis libros se resguardan en su casa, significa que lo que poseo tiene guardianes portentosos”.
La crónica ganadora fue Estoy bien. Diario de un viaje hacia el vacío, escrita por Cristina Bustamante Penilla, quien también expresó la carga emocional detrás del texto: “Este proyecto se lo dedico a mi papá, que fue quien me empujóa hacer esto”.
Bustamante, proveniente del mundo del cine, confesó que esta fue su primera incursión reconocida en la escritura literaria, y aprovechó su discurso para subrayar la urgencia de proteger a la cultura en un país que atraviesa tiempos convulsos: “No es momento de recortar el presupuesto para la cultura. Necesitamos una cultura para pensar, para ser empáticos, para conectar entre nosotros y ver que el que está al lado es una persona que vale igual que nosotros”.
Uno de los puntos que más se destacó durante la ceremonia fue que Palabras de Colibrí no se limita a premiar; sino que cierra el ciclo completo de la escritura. Los libros de los ganadores serán publicados bajo el sello Cuarta República, una editorial local con el compromiso de que estas obras lleguen efectivamente a manos de los lectores. No habrá tirajes olvidados en bodegas. Al contrario: autoridades afirmaron que están contempladas presentaciones, participación en ferias del libro e, incluso, círculos de lectura.
Carlos Márquez, coordinador de la editorial, subrayó este aspecto como una de las grandes virtudes del certamen: “La convocatoria tiene plena legitimidad, el proceso ha sido cuidado y los libros tienen destino. Muchos de los textos que recibimos son óperas primas, y eso es especialmente valioso en un contexto donde muchas veces los espacios editoriales se cierran a los jóvenes. Aquí la letra habla por sí misma”.
También recordó que los comités de dictaminación estuvieron integrados por personas con reconocida trayectoria literaria, lo que fortalece la credibilidad de los resultados. “Hay muy buenas obras y nos permite conocer autores que, de otra manera, sería muy difícil descubrir. Esta es una puerta abierta a otras formas de contar, de mirar, de pensar”, señaló.
El certamen, que fue impulsado desde la Secretaría de Cultura de Michoacán, cumple tres años y se ha consolidado como una plataforma importante para escritoras y escritores emergentes. Además de los libros impresos, la titular de la dependencia, Tamara Sosa, detsacó que se elaborarán audiolibros, lo que amplía las formas de acceso y participación en la lectura.
En la ceremonia, también hubo espacio para las palabras de los propios autores sobre sus caminos hasta este punto. Desde el agradecimiento profundo de Cristina Bustamante a quienes la acompañaron en su proceso de escritura, hasta la reflexión de Adrián Ortega sobre el privilegio de haber estado rodeado por personas sabias y generosas: “Yo soy un mecanismo de transmisión, pero estoy configurado por un montón de personas que me abordan”.