Juan Antonio Magallán – Cuitzeo, Michoacán

El calpulli Coyoltin Ayacaxtli celebró once años de existencia. Se reunieron 200 danzantes de 30 círculos del país.

Copal, pasos descalzos sobre la tierra, miradas que no buscan espectáculo, buscan sentido.

Once años medidos en permanencia. En México, un país donde la memoria suele fragmentarse, el calpulli enciende un fuego antiguo para recordar que aún hay brasas encendidas bajo la historia.

A decir del maestro, instructor y coordinador de Coyoltin Ayacaxtli, Yao Eduardo Gómez Pérez, la danza mexica es un acto de resistencia cultural que se sostiene desde el canto, desde las plantas medicinales, desde la palabra cuidada, desde la convicción de mantener viva la tradición de las culturas surgidas en el Anáhuac (esa que muchos dieron por muerta) sigue latiendo en los cuerpos que recuerdan.

“Estos once años son un logro como humanidad”, manifestó Eduardo. Para dar paso a una reflexión en la que señala las prisas del mundo actual lleno de distracciones, consumismo y competencia, y la danza es una posibilidad de generar comunidades, de reivindicar la visión nahuaca.

Danzar es un acto político y espiritual, las culturas del México Antiguo se concebían hijos del Sol, acompañantes de las estrellas y guardianes del agua, del viento, del fuego y de la tierra. Observadores atentos de los ciclos de la naturaleza. Humanistas antes de que la palabra existiera en los inicios del Siglo XVI en Europa.

Esa cosmovisión astronómica, matemática, arquitectónica, medicinal y educativa, es la que Coyoltin Ayacaxtli reactiva.

La danza es un recordatorio de que la vida es sagrada y con ello, sacraliza el agua, la tierra, los animales, las plantas y también la existencia cotidiana como una forma de recuperar el rumbo social.

El onceavo aniversario del calpulli que tiene sedes en Morelia, y Pátzcuaro, se volvió un espacio emergente para reforzar vínculos entre quienes participan: niños y jóvenes ocupan un lugar central, son los herederos.

“En un contexto donde lo ajeno suele imponerse como modelo y lo propio se desvaloriza, acercarlos a estas tradiciones es ofrecerles un centro, una base filosófica y espiritual que los proteja de la desorientación, de la violencia interna, de las adicciones y de la pérdida de sentido”, reflexiona Eduardo.

El general del calpulli añadió que la figura central de la danza es la del guerrero, como una metáfora del combate interior que tiene la humanidad constantemente.

“La lucha no es contra el otro, sino contra las propias sombras. Vencerse a uno mismo, dicen los abuelos, es el primer paso hacia la emancipación de las potencialidades humanas”, manifestó.

Once años también significan trabajo colectivo. Como los dedos de una mano, cada integrante aporta desde sus inteligencias y aptitudes para que la ceremonia exista. Nadie es más que nadie. La filosofía anahuaca se expresa en el servicio y la ofrenda: dar para recibir, caminar con gratitud, sostener lo común. En ese engranaje comunitario se reconoce un poder que no se encuentra en lo individual, sino en lo compartido.

La celebración estuvo marcada por el simbolismo del once, número vinculado a Xochipilli, el hijo de las flores. Deidad asociada a la botánica, a las plantas medicinales y a las plantas de poder, Xochipilli recuerda que la medicina nació en la tierra. En las hojas, las raíces, las flores que los abuelos y abuelas han utilizado durante siglos para sanar el cuerpo, la mente y el corazón. Volver a ellas es también un acto de confianza en la madre tierra.

El once se acompaña, además, de la guacamaya, ave que representa la palabra. No cualquier palabra, la que se cuida, que se piensa antes de ser dicha. La palabra como flor que brota capaz de crear o destruir. La palabra como puente hacia lo sagrado, como vínculo con esa energía sin forma que sostiene la vida. Hablar con conciencia es también una forma de ceremonia.

Once años y Coyoltin Ayacaxtli celebra su capacidad de despertar a personas; la mayoría de ellas rebeldes por convicción que tratan de seguir los pasos de la historia del México Antiguo, que no son otros más que la raíz de la ancestralidad.