Jamás olvidaré la noche en que mi padre tocó a la puerta

Saúl Juarez

Jamás olvidaré la noche en que mi padre tocó a la puerta.

   —Hoy van a devorarme —me dijo en cuanto le abrí y agregó—: No tengo escapatoria.

   —¿Quién quiere hacerte daño, papá?

   —Las hormigas de aquel cementerio.

   Lo pasé a la sala y agregó:

   —Hace 80 años le prendí fuego a un hormiguero, allá en la Tierra Caliente. Le eché gasolina y le aventé un cerillo. Desde entonces, las descendientes de las que sobrevivieron me han buscado. Ya  me encontraron.

   —Estás alterado, papá —lo llevé de regreso a su departamento en el piso inferior. Lo acosté en la cama, su expresión era la de alguien resignado a un destino fatal.

   Al día siguiente abrí la puerta con mi llave. Estaba sentado en el sillón de su sala, rígido y respirando con dificultad. Me miró como diciéndome: “Lo ves, yo no sé mentir”. Casi me desmayo cuando vi que por la palma de su mano subía una columna de hormigas rojas, ascendían por el brazo hasta perderse en la cabeza.

   Me precipité sobre él quitándole los insectos, lo metí a bañar hasta que no quedó uno solo en su cuerpo y en sus ropas.

   Esa noche durmió en mi casa, ya fumigaríamos la suya. Asustado me llevó a mi cocina.

   —Ya están aquí —aseguró señalándome una columna que subía junto a la alacena.

   Esa misma tarde, lo llevé a la central de autobuses, había aceptado ir a vivir a Morelia con mi hermana que se lo había pedido muchas veces.

   —Las vengadoras quieren devorarme, no les voy a dar el gusto —me dijo, pero vi algunas entrando al compartimento exterior de su maleta de mano.

   Temblando le hablé a mi hermana para pedirle que tomara todas las precauciones.

   —Cuídalo, las vengadoras ya van con él, le dije.