La insobornable crueldad del tiempo y los vándalos urbanos acabaron con la dignidad del general Zaragoza, el héroe de Puebla

Saúl Juárez

La insobornable crueldad del tiempo y los vándalos urbanos acabaron con la dignidad del general Zaragoza, el héroe de Puebla.

Así lo ratificó el escritor Fedro Cruz al mirar por la ventana al general que tiene un brazo alzado señalando al futuro, pero ya sin la mano. A la otra le faltan cuatro dedos. Ni qué decir de los lentes redondos y del quepí cuya visera está quebrada. De más está referir que casi todo el cuerpo del paladín se encontra grafiteado y en la pierna derecha sobresalen manchas verdes en el muslo y la rodilla.

El escritor vive desde niño en el edificio de departamentos situado frente a la pequeña glorieta, por tanto lleva mirando a Zaragoza casi todos los días durante cuarenta años.
Hoy que la depresión asoma por la esquina, quiere saber por qué los vecinos del edificio, impuestos a inconformarse por casi todo, no protestan por el estado en que se encuentra el monumento. Nadie dice una palabra al respecto.

El narrador sólo observa por la ventana al héroe por la ventana de la sala. no acudió a dar sus clases y ha pasado el tiempo mirando al exterior.. Por la tarde llega a cuidarlo su hermana, la acompaña su hija de apenas siete años.

Después de un rato, la niña le pregunta al escritor que por qué mira tanto al monumento.

—Me da pena ver que Zaragoza esté así de descuidado —le responde Felipe.
La niña se fija con más detenimiento en la estatua.
—Lo que pasa es que está muy viejito, yo creo que ya se va a morir —responde la niña.
Felipe Cruz comprende que todos intuyen que ese Zaragoza está sujeto a la ley de la vida y, en efecto, debe morir con la lentitud que corresponde a los héroes.