La laudera mexicana-canadiense, formada como violinista en Morelia y Montreal, transforma madera en violines, violas y violonchelos con precisión y pasión
Víctor E. Rodríguez Méndez
Paciencia y precisión marcan el ritmo de Itzel Ávila en su taller-refugio de laudería. Con gran concentración, en cada fase de construcción de un instrumento musical las manos expertas de la lutier mexicana-canadiense transforman un sano y fructífero bloque de madera en una obra artística; una madera, por cierto, proveniente de un árbol desconocido al que a la distancia Itzel le guarda mucha veneración y respeto. Su alma de violinista se desliza con soltura en el pulso que le da vida al utensilio de cuerda, buscando su «verdadero timbre».
Hoy día, dedicada de tiempo completo a la laudería, Itzel busca en cada trabajo la perfecta armonía entre el sonido y la escultura. Define su oficio como un servicio al sonido, guiada por la madera, y describe el proceso de construcción como un ejercicio de humildad y reinicio constante. Y no atribuye su sensibilidad como lutier a su género, sino a su creatividad y perfeccionismo.
Estudió en el Conservatorio de las Rosas de Morelia, su ciudad natal, donde se formó como violinista (ahí recuerda con cariño a sus maestras Gela Dubrova y Erika Dobosiewicz), y luego dio sus primeros pasos como constructora de instrumentos musicales de cuerda. Más tarde se graduó con honores en la licenciatura de Interpretación (violín) en la Universidad Nacional Autónoma de México y obtuvo la maestría en la misma disciplina por la Universidad de Montreal, becada por el gobierno de Quebec. Desde hace casi 25 años reside en Canadá, donde trabaja en su taller de laudería al este de Toronto, cerca del lago Ontario, además de dedicarse a la fotografía y ser madre de dos hijos.
“Nací en Morelia, pero mis padres eran de Tierra Caliente. Así es que me alimentaron con mole, uchepos, aporreado, toqueres y las historias que me contaban eran con chaneques. De ahí me salió el carácter dócil y alegre”, dice riendo, mientras se reconoce como «orgullosamente michoacana».
Itzel Ávila es miembro activo de la VSA y del Oberlin Violin Makers Workshop, y es colaboradora de varias revistas especializadas en laudería como la revista de la VSA y la revista The Strad Magazine. Fue presidenta (2020-2022) de Le Forum des fabricants/ The Makers’ Forum (asociación canadiense de lauderos y arqueteros) y miembro directivo (2022- 2024) de la Violin Society of America.
A los 15 años descubrió su vocación por la laudería, guiada por los mentores a Francis Kuttner en Cremona (Italia) y San Francisco (EE.UU.), así como a Michele Ashley en Montreal. También ha trabajado en las áreas de restauración y arquetería en Wilder & Davis (Montreal) y The Sound Post (Toronto).
Su acercamiento con la laudería se dio “por necesidad”, cuenta en entrevista remota desde Toronto. “En el Conservatorio de Morelia, en algún momento algunas personas decían: ‘Bueno, esta chica talentosa merece un mejor violín’, pero mis padres no podían comprarme uno de autor. Con la inocencia de la adolescencia, toqué las puertas de Ricardo Pérez y Anne Silvie, lauderos en Morelia, y les pedí que me enseñaran a construir mi propio instrumento. Me dijeron que sí, me regalaron la madera y me abrieron las puertas a un mundo que no imaginaba”.
Ese mundo, agrega, le fascinó al descubrir que un pedazo de madera podía convertirse en parte del cuerpo de un intérprete y darle voz a su música. “Es un oficio que engloba todo lo que me apasiona: música, materia, precisión, libertad, escultura y pintura”.
Años más tarde, al terminar la maestría en Montreal, Itzel tuvo que decidir hacia dónde quería concentrar toda su energía y tiempo, dado que la laudería como la interpretación musical son para ella dos oficios muy demandantes. Viajó a Italia y ahí tomó la determinación de dedicarse de manera prioritaria a la laudería, aun cuando sigue tocando en una orquesta de tango y un cuarteto de cuerdas.
Como intérprete, restauradora y constructora, su objetivo es crear instrumentos con los más altos estándares tonales para satisfacer las exigencias de músicos profesionales. Sus violines, violas y violonchelos son demandados en Norteamérica y Europa, y han sido exhibidos en exposiciones internacionales.
Melissa Baek, violinista, escribió sobre su trabajo: “Ha sido un placer absoluto tocar el violín de Itzel. Su trabajo es realmente maravilloso y está realizado con gran maestría”. Por su parte, Ivana Popovic señala: “Compré el violín Momo, fabricado por Itzel, en 2017. Me encanta este violín: su artesanía es exquisita y su sonido es brillante, amplio y sofisticado. Itzel pone mucho amor y cuidado en sus instrumentos”.
Satisfacción y placer
Al preguntarle qué siente al escuchar por primera vez la voz de un instrumento que ha creado, reflexiona: “Es una satisfacción impresionante y un gran placer, sobre todo cuando le pones las cuerdas, lo afinas y escuchas las primeras notas. Pero el instrumento no está terminado en ese momento; como músico, no dejo salir los violines antes de haberlos tocado durante varias semanas, porque todavía les hago varios ajustes. Después de concluir el trabajo de creación, apenas es el inicio de la voz de cada aparato. Al propio intérprete le corresponde finalizar todo el proceso, y estamos hablando de años. Lo bonito de un instrumento contemporáneo es que el intérprete construye su sonido”.
Explica que el sonido tiene varias perspectivas: “Es un triángulo de recepción sonora: el músico escucha el sonido en sí mismo, el que produce el instrumento y el que proyecta al público. Mi satisfacción como constructora es saber que el violín es para esa persona y ver que está en buenas manos”.
Agrega: “Ser violinista me permite entender el lenguaje del músico”, señala Itzel sobre el doble eje que sostiene su labor profesional. “En un instrumento, la voluta es el único espacio con cierta flexibilidad para la decoración; todo lo demás es milimétrico y no se puede pasar de ciertas medidas”.
Y es que para Itzel la manufactura representa una metamorfosis muy agresiva para la madera, porque se empieza con una parte que se transforma en otras 72 piezas que se hacen una por una. “Es un trabajo de mucha paciencia, de poco a poquito, un proceso de varias semanas o meses. El montaje es algo tan preciso que un milímetro es una eternidad. Para mí significa una responsabilidad enorme, porque no solemos pensar lo que conlleva cada instrumento de la orquesta. En mi caso, dedicada a los instrumentos de cuerda, cada uno es la voz y es parte del cuerpo del músico”.
Al hablar sobre el desafío de construir un instrumento desde cero, explica que, antes de trabajar en su taller con gubias, cepillos y limas, todo empieza al ver, tocar y escoger la madera —pino, arce y ébano, casi siempre en Italia y Canadá— que le lleva una semana entera o más tiempo, de la cual debe comprobar su funcionamiento, densidad, velocidad de sonido y frecuencias, entre otros aspectos. “Esa madera es mi jefa y debe tener la mejor calidad sonora para que pueda funcionar, además de que ella elije qué modelo quiere”.
Refiere que la aventura incluye escoger la madera por sus líneas, el grano y demás, y luego ver qué quiere hacer con base en lo que le pidieron y así elegir el modelo. Todo esto pasa, dice, por el respeto con el que se trata a la madera para transformarla. “Es algo tan motivador que siento que me falta vida para hacer todos los instrumentos que quiero”.
Itzel no oculta la emoción de hablar sobre la madera y, más aún, de los árboles de la que provienen las piezas con las que ella trabaja y elabora sus aparatos. De manera particular muestra una admiración sobre el sistema social mediante el cual los árboles se cuidan entre sí mismos. “El año pasado estuve en un bosque y no pude menos que decir: ¡gracias!, voy a tratar con todo respeto el pedacito de madera que me toque para que haga música”.
Saber escuchar
La laudera michoacana recalca la fascinación por su trabajo en todos los aspectos y fases. Su mejor cualidad es, puntualiza, saber escuchar. “Y no me refiero solamente a escuchar una melodía. Es escuchar el triángulo de percepción del sonido, que empieza desde la construcción, porque cada parte tiene una frecuencia dependiendo del material, cada parte resuena de una forma. Nosotros estamos construyendo lo que tú no puedes ver. Yo construyo todo esto, pero al final lo que hace el sonido es la parte vacía; yo estoy construyendo la caja del vacío que va a formar el sonido. Entonces, eso me hace escuchar mi materia y mis formas, para después llevar eso al músico, pero antes debo saber cómo se escucha desde aquí, qué está pasando mecánicamente, por qué estoy escuchando esto, qué no funciona, y también escucharlo desde fuera; voy mucho a conciertos porque una cosa es que haga en mi taller un ajuste y pensar que ya está muy bien, y otra es sentarte hasta la silla de atrás para ver qué no funciona o sí funciona: escuchar al músico, ver la técnica alrededor de su físico, incluido el estrés. Escuchar es algo primordial, escuchar en todos los sentidos”.
Sobre ser mujer en la laudería, Itzel recuerda las palabras de su maestra Michele Ashley: “Somos mujeres, no tenemos la fuerza de un hombre, pero tenemos que hacer otras cosas distintas”. No cree que su género defina su trabajo. “Como mujer, honestamente, no sé si hay alguna característica particular, no sé si en algún momento puedes tú decir: ‘Esto lo hizo una mujer o un hombre’. En realidad, no pienso en eso. No porque sea mujer pienso que le estoy impregnando algo especial a un instrumento. Me veo como una persona creativa y lúdica, en el sentido de que soy neurótica por mi afán perfeccionista, pero al mismo tiempo me gusta jugar con mis productos y, en ese sentido, mi taller es mi parque de diversiones”.
Por tal razón, cada instrumento tiene un nombre y un poema grabado, reflejando su enfoque personal y creativo, ya sea por algún personaje, por un libro, por alguna emoción o por algo que la acompañó en ese momento de su vida. También suele poner algún mensaje y le encanta poner cosas escondidas que pocas personas llegan a saber. “Es muy personal, porque es algo que estoy haciendo y que va a durar 200 o 300 años y, si algo pude poner en ese pedazo de madera, se me hace fascinante también que se vaya con él. Esas pequeñas travesuras que me gusta hacer en mis instrumentos no sé si sean de mujer o no, pero no diría que es una marca por ser mujer. Simplemente hago lo que me gusta, porque en este trabajo me puedo expresar en todos los sentidos”.
Al definir su oficio, Itzel reflexiona: “Soy una persona que está al servicio del sonido; la madera es mi guía y tengo la responsabilidad de transformarla en sonido”. Su taller, describe, es su espacio de libertad: “Como un ave que vuela o una ballena en el océano, aquí me siento libre y me encanta”.
Concluye con una lección de su trabajo: “Cada instrumento es empezar de cero, un bache de humildad. Puede ser desesperante, pero es la oportunidad de hacerlo mejor cada vez”.
Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.