En esta población la figura principal es un caballo de madera que se lleva en ofrenda para recibir el ánima de aquellas personas que murieron siendo niños y jóvenes, o que no se casaron.
Angélica Ayala
Colaboradora La Voz de Michoacán
Pátzcuaro, Michoacán. Para recibir a los angelitos cada 31 de octubre, las familias se reúnen y en conjunto preparan todo para colocar la ofrenda y el altar, los tamales y el atole. El estruendo del primer cuete anuncia que todo está listo para recibir a la población y a los caballitos que les llevan en señal de respeto para el ánima que llegará a dotarse de la esencia de todos los artículos y continuar con su caminar por el inframundo.
A diferencia de otras localidades de la región lacustre, en Cuanajo la figura principal es un caballo de madera, el cual adornan con la flor de cempasúchil y le cuelga fruta como plátanos, naranjas, chayotes, elotes, cañas de azúcar, botellas de refrescos, papel higiénico, entre otros productos, y lo llevan a la ofrenda donde recibirán al ánima del angelito que son aquellas personas que murieron no siendo casadas o siendo jóvenes o niños.
María Romero Hernández, recibe el ánima de su hijo de 34 años de edad que falleció hace un año en un accidente automovilístico, sencilla al trato, comparte que era el menor de sus nueve hijos y que aún espera que llegue a casa y le grite, “amá ya ábreme estoy afuera”, como era común cuando llegaba un poco tarde, sus ojos se llena de lágrimas, pero trata de disimularlo, “estoy aquí porque tengo a mis otros hijos y no me podía vencer”, porque además tiene 20 nietos y son su inspiración para seguir en esta vida, “yo pensaba me voy con él (hijo) o le echo ganas y aquí estoy”.
Los preparativos comienzan tres o dos días antes de recibir a las ánimas de angelitos, ya que es tradición la entrega de tamales de carne de puerco o de res con chile rojo y el atole de varios sabores. Tienen todo un proceso de organización, en el cual intervienen hijos, primos, tíos, nietos, hermanos y todo familiar o allegado a la familia que se suma para realizar todo el trabajo para ofrecer los tamales y el atole, durante toda la noche que dura la velación. Este proceso se repite el primero de noviembre cuando se espera a las ánimas adultas.
Son las mujeres quienes se encargan de realizar los tamales, el atole y el chile con el que le dan más sabor a la carne, unas lavan las hojas de maíz, otras mueven el mole en la cazuela, otra con una pala de madera le mueve al atole que hierve en el cazo de cobre, mientras otras más en tinas de metal, colocan los huesos de la carne en el fondo y arriba la tapizan con popotillo de trigo, “tiene que estar la lumbre parejita para que empiece a hervir el agua y ya cuando esté así se colocan los tamales”.
Las hojas de tamal envuelven la harina mezclada con la carne y el chole, se las llevan a un costado de la tina donde ya está hirviendo el agua que apenas se percibe porque el popotillo de trigo evita que burbujeé, llega otra mujer y entre sus manos toma al menos diez tamales para colocarlos en la tina, en cada montón que va depositando hace la señal de la cruz, así hasta que queda completamente llena, la tapan con un plástico y en determinado tiempo para que no se quemen, les retiran los troncos de madera para que el fuego vaya disminuyendo.
Son los hombres los responsables de llevar el caballito de madera, al entregarlo lo colocan frente a la ofrenda y la familia del difunto los reciben y agradecen invitándoles un trago de tequila y refresco, o en su caso, les regalan las botellas, son los únicos que pueden cargar y llevar esta ofrenda; las mujeres llevan sus canastas también con frutas, panes y mazorcas que también entregan y en gratitud se les regresa llena de tamales.
Aunque es originaria de Cuanajo, María Romero, vive en Guadalajara, ciudad donde murió su hijo, sin embargo, sigue apegada a sus usos y costumbres, por eso llegó hace 15 días a su pueblo para preparar todo para la llegada de su angelito, “esto no lo vamos a perder, son nuestras raíces y nuestras creencias, por eso venimos a recibir a mi hijo”, aunque en próximos días tendrá que dejar su comunidad y dirigirse a la gran urbe, en donde dijo, “allá no les hablo purépecha a mis hijos, aquí sí, porque sí lo entienden aunque no lo hablen”.
Durante toda la noche, las campanas de la iglesia suenan de manera pausada, es para indicar al ánima el camino hacia su pueblo y llegue a su hogar para visitar a sus familiares vivos.