Pensar en esa tía que se envolvía en amores místicos al estilo de Jorge Negrete y Libertad Lamarque en la película “Gran Casino

Gustavo Ogarrio

Pensar en esa tía que se envolvía en amores místicos al estilo de Jorge Negrete y Libertad Lamarque en la película “Gran Casino”; el drama del petróleo y de los que cantan baladas y tangos como deslizándose en los círculos concéntricos del tiempo. Escribir sobre las muelas de mi tía Lucha, con sus ojitos parpadeando nerviosos y su flacura herida por los cambios de casa y de ciudad y sus huesos siempre náufragos en la escena de la vida. Hablar de los muertos nuevos, de los que todavía tienen la consistencia de rostros y de voces suaves en charlas que ahora se endurecen, cuando las evocamos desde la conmoción del fin. Penetrar en ese ritmo de luces como luciérnagas, en el naranja de esas hermosas flores que se baten en duelo contra el humo y contra la luna, en el murmullo de voces y de risas y de sollozos apagados; transitar como una piedra entre las piedras; imaginar que todas y todos están reunidos en la tibieza negra de la noche y que sus muertes y nuestras vidas respiran como pulmones conectados por el ocaso de los tiempos.

Me gustaría entrar por la puerta de fierros nuevos en la que se lee en lo alto “Panteón Xoco”. Avanzar como avanzó Sabbath o Macario: frágil y sin futuros ya que reclamar. Llevar en la mano derecha las piedras que había juntado en viajes sombríos: rocas pequeñas del Támesis, de Horcón, ese pueblo de pescadores chilenos al borde del Pacífico, de Charleston, de la playa Ramírez en Montevideo, de Viareggio, del Lago Ontario…Colocar por fin una piedra en cada lápida; sin oraciones, sin idealizar a los muertos y a los vivos. Pararme en el centro invisible que los une, tenerlos a la vista como si fuera a comenzar el fin de los tiempos; decirles ya sin miedo, sin esperanza, de la manera más tierna y serena posible: "aquí estoy, todavía cruzando la infinita vida, la hermosa vida, la espeluznante vida... aquí estamos, cada vez más cerca de ustedes".