Breve reflexión sobre el acceso, la exclusividad y la paradoja del espectador en el festival de cine más importante del país.

Ángel Bolaños Méndez

El 23º Festival Internacional de Cine de Morelia comienza hoy, jueves 9 de octubre. Una vez más se extiende la alfombra roja sobre la cantera y el turismo se arrincona en el Jardín de las Rosas. Como cada año, el platillo fuerte son los títulos internacionales que ya han dado la vuelta al mundo, vistiéndose de gala en Cannes o Venecia. Pero ¿qué hay del cine mexicano? Y, más importante, ¿a dónde se va después de Morelia?

Conseguir entradas para cualquiera de las funciones de gala del festival se ha convertido en un laberíntico reto: Las filas en taquilla son interminables, la taquilla en línea se cae, y los asientos se agotan misteriosamente antes de siquiera salir a la venta. Todo esto plantea preguntas fundamentales: ¿Para quién está hecho un festival de cine?, ¿dónde quedamos nosotros, los espectadores?, ¿existe una barrera cultural que le impide a este “cine de arte” llegar a la gente?, ¿acaso se intenta? Si no podemos verlo en esta plataforma creada con el propósito de exponer, ¿qué destino le espera a aquellos mexicanos que tienen cosas que decirle al mundo a través del cine?, ¿para quién hacen películas?, ¿será que han aceptado que el cine mexicano verdaderamente valioso es creado exclusivamente para los críticos?

Quizás, ese misterio y exclusividad hagan del festival un evento aún más interesante. Porque está claro que el mexicano no consume el cine mexicano que se sale del menú, y aquellos que están dispuestos a hacerlo, tienen apenas una pequeña ventana para lograrlo. Si tienes la suerte de entrar a alguna de las funciones de gala de aquellas películas mexicanas en competencia, quizás llegues a sentir, en medio de la proyección, que aquello proyectado en pantalla será la única vez que lo veas.

Probablemente vuelvas a encontrarte con aquella película navegando por algún servicio de streaming; quizás sea en la Sala de Arte de tu ciudad, en una proyección vacía durante la última función de la noche; tal vez la escuches nombrar como “la película mexicana que competirá en los Óscar”; o algún crítico de cine en TikTok la describa como una joya oculta infravalorada.

En funciones como esas, me gusta imaginar al espectador asomándose por una mirilla, con su ojo fijo sobre la pantalla, sin pestañear, mientras se emociona divagando, porque detrás de ese ojo se esconde la sensación de urgencia, de sentirse privilegiado, de preguntarse si aquello en pantalla está hecho exclusivamente para su mirada. ¡Qué sería del cine sin ese sabor que acompaña cada proyección en festivales!

Si nos dejan, los amantes del cine estaremos expectantes y ansiosos por descubrir. Mientras tanto, aquí, sobre la línea de salida, esperamos el anticipado: En sus marcas, listos, fuera.

Ángel Bolaños Méndez, es Arquitecto de profesión y escritor amateur. Apasionado por el cine y la narrativa audiovisual.